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Había mil Federicos, hay mil Povedas

Reinventarse o morir. Es la necesidad de la obra de un Federico García Lorca que adolece de un abuso en las últimas décadas y que precisa de una renovación de sus creaciones, fíjese, renovación de sus creaciones. Como si no fuesen actuales. Pues sí, tienen un siglo y son más actuales que nunca, pero si sumamos que cada letra, cada poema, cada prosa del genial poeta han sido trilladas hasta la saciedad resulta difícil en los tiempos que corren poder innovar y ofrecer una nueva visión y arista poliédrica sobre su repertorio. Solo un lorquiano empedernido que conoce, siente y devora su obra puede conseguir un éxito como el que cosechó Miguel Poveda en los Jardines del Generalife a partir de su nueva creación Había mil Federicos. Su inquietud artística, su necesidad de crear –sí, de crear, porque le pese a quien le pese, Poveda crea obras y crea música flamenca–, provocan un incendio de emociones y sensaciones cuando, con una visión multidisciplinar del poeta granadino, es capaz de dar lo mejor de sí para transitar por un repertorio archiconocido pero que suena a nuevo, a limpio, impoluto y a flamenco.

Poveda toma prestado el título de su nuevo estreno de un fragmento de la carta que el poeta escribió a Regino Sainz de la Maza para ahondar en los mil Federicos que existen, si acaso algunos más a los que el cantaor da vida y al que un inmenso Jesús Guerrero da música con total libertad. Así empieza. El poema Alba se convierte en música junto al resto de artistas que rellenan y dan color al escenario. Este nueva creación va un paso más allá de los que el cantaor badalonés nos tiene acostumbrados, porque el teatro está presente. No hay actores, pero sí teatralización. No hay poetas, pero sí poesía. Empero, hay cantaor y hay cante.

«Su inquietud artística, su necesidad de crear, provocan un incendio de emociones y sensaciones cuando, con una visión multidisciplinar del poeta granadino, es capaz de dar lo mejor de sí para transitar por un repertorio archiconocido pero que suena a nuevo, a limpio, impoluto y a flamenco»

Vimos al joven cantaor Manuel Monje encarnando al niño Federico, buscándose, de blanco angelical, remedando el poema infantil Balada del corazón negro y el Fuego fatuo de Manuel de Falla que coreografía Agustín Barajas enfrascado en la piel de un ya joven Federico, vivaz y locuaz al que el bailaor representa a conciencia. Monje recita a Lorca cantando la Nana del Galapaguito que el poeta musicara al piano con La Argentinita en aquellas míticas grabaciones de los años 30, Canciones populares antiguas. Suena como entrada el disco original que da paso a las manos soberbias de Joan Albert Amargós con los Cuatro muleros, Los Peregrinitos y Anda Jaleo en la voz del cantaor. Es una versión del siglo XXI, con la guitarra de Guerrero dando notas en tonos menores con un gusto exquisito y el resto del elenco apoyando. Los coros de Los Makarines, Londro y Carlos Grilo aderezaron como salsa dulce a los mil Federicos que rondaron por las tablas y por los jardines de la Alhambra. Es sobresaliente la frescura que Poveda aporta al cancionero popular lorquiano. Y no sólo a la música, porque se convierte sobre el escenario en un actor-artista capaz de tirarse al suelo cuando Maika Barroso recita al poeta en la muerte. En esta obra Miguel se destapa y se desnuda artísticamente, es capaz de deslimitar el encorsetamiento lírico que puede producir cantar al poeta. De ahí que por momentos vemos en el escenario a una suerte de Michael Bublé del flamenco.

Agustín Barajas se vuelve a convertir en el adolescente Lorca que rememora la carta que escribió a su padre, Dejadme en este campo llorando. Y suena la caña, la que incluyó en su último disco, Poema del Cante jondo, al son del Grito que rompe en el viento. Por alegrías también retoma apuntes de ese disco con la Baladilla de los tres ríos. Y termina por cabales y seguiriyas, las de Silverio Franconetti, el mítico cantaor al que también el poeta dedicó unas letras y en las que Miguel lo dio todo, una entrega absoluta de cante por derecho.

Eva Yerbabuena fue invitada de excepción y, como no pudo ser de otra manera, bailó por soleá, flamenca como ella sola, como la que más, regresando a su pasado, a la Eva flamenca, más clásica, enduendada por el poeta. Poveda le dio el cambio recitando parte de la Teoría y juego del Duende, al que Eva terminó de endiosar.

Cuando aparece en escena de nuevo Manuel Monje, esperábamos escucharlo cantar, pero su papel fue el del niño Federico, uno de esos miles. Y se salieron del guión, porque Monje fue capaz de recitar un fragmento de la que posiblemente fuese la última entrevista que le hicieron a Lorca contándonos el momento dramático en el que el artista tiene que llorar y reír con su pueblo. La paradoja de la vida, el niño Federico dando voz al poeta antes de su muerte.

Miguel recitó las dos odas Grito hacia Roma con todos sus músicos al pie del cañón, guiados por el compás de la batería de Manuel Reina, la percusión de Paquito González y el bajo de José Manuel Posada Popo. También regaló la Oda a Walt Whitman y Son negros en Cuba (que grabó en 2018).

Cuando apareció Maika Barroso sobre el escenario, apareció la muerte del poeta. De negro luto, se convirtió en el yugo del poeta pregonando a Leonardo en Bodas de sangre.

«Para cantar a Federico no solo es necesario conocer su obra, estudiarla e interiorizarla. Hay que sentirla, vivirla, hacerla tuya, vivir con ella, convertirse en el poeta, pensar y respirar y hasta morir como el poeta. Poveda por un momento fue poeta, dramaturgo, dibujante, conferenciante, pero sobre todo cantaor y artista. Ya lo decían los caracoles de Chacón: el conocimiento la pasión no quita. Y en el flamenco no hay otro que lo sienta y lo proyecte como Poveda. De ahí que no sólo haya mil Federicos, sino mil Povedas»

Tras esto, el dúo Amargós-Poveda se convirtió en una pieza majestuosa musicando ambos El poeta pide a su amor que le escriba mientras la escenografía visual engrandecía el escenario con proyecciones de las mil caras de Lorca a la par que los efectos luminosos dibujaban luces y sombras al alimón de los sones y coplas que trascendieron por rumbas con sabor habanero en la Voz secreta del amor oscuro. Hubo otro efecto que proyectó las esencias del joven Lorca-Barajas con una cámara proyectada desde la vertical del escenario que triangulaba las imágenes de lo real hacia lo visual. Antes de poder disfrutar de la maestría del toque de Paco Jarana, la soleá por bulería en forma de Canción de la muerte pequeña dulcificó de nuevo la voz de Poveda, que acabó con una Grieta en la mejilla con aire levantino al aire de Jarana y con la Fábula y rueda de los tres amigos.

Este nuevo estreno de Miguel Poveda se suma a la larga lista que el cantaor defiende sobre el poeta más universal de nuestra tierra y máxime cuando lo impregna de una genialidad que pocos son capaces. Ahí es donde radica su éxito. Para cantar a Federico no solo es necesario conocer su obra, estudiarla e interiorizarla. Hay que sentirla, vivirla, hacerla tuya, vivir con ella, convertirse en el poeta, pensar y respirar y hasta morir como el poeta. Poveda por un momento fue poeta, dramaturgo, dibujante, conferenciante, pero sobre todo cantaor y artista. Ya lo decían los caracoles de Chacón: el conocimiento la pasión no quita. Y en el flamenco no hay otro que lo sienta y lo proyecte como Poveda. De ahí que no sólo haya mil Federicos, sino mil Povedas.

Fuente: https://expoflamenco.com/revista/habia-mil-federicos-hay-mil-povedas/

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